Poshumanos en el cine – Revista Ñ

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El término ciborg, contracción lingüística de las voces inglesas cybernetic y organism, remite a un ser humano cuyo organismo ha sido sometido a un proceso de invasión tecnológica que le ha permitido, en algún sentido, superar las barreras biológicas, físicas y mentales de su propia naturaleza. Se trata de un ser originalmente humano que ha comenzado a adquirir atributos y propiedades antes reservadas a las máquinas, y se ha acercado a los productos de su propia tecnología. El ciborg es una entidad de naturaleza mixta, una criatura híbrida del imaginario cultural ubicada a mitad de camino entre la biología y la tecnología, hecha de máquina y humano, de carne y metal, de carbono y silicio, de genes y código binario.

La mitología cinematográfica asociada al imaginario ciborg nace tímidamente en 1935 en el filme “Las Manos de Orlac” (Stephen Orlac es un pianista impelido a actuar criminalmente por el influjo de las manos biológicas de un asesino que son implantadas quirúrgicamente en su organismo), continúa su rumbo en 1958 en “El coloso de Nueva York” (el cerebro de Jeremy Spenser, un prestigioso científico muerto en un accidente automovilístico, es insertado en un enorme cuerpo mecánico que opera como extensión física de sus capacidades mentales) y alcanza cierta madurez en 1964 en el filme “Dr. Strangelove” (el doctor Strangelove, ex científico nazi y asesor del presidente norteamericano, no logra controlar el impulso de un brazo mecánico implantado en su cuerpo que revela sus intenciones fascistas). Estos primeros filmes, limitados por la técnica pero prematuros en conceptos, reflejan desde el origen los miedos y fantasías asociados a la inclusión de extensiones artificiales en el organismo, y preparan de forma primitiva el imaginario vinculado a estas nuevas posibilidades técnicas.

A partir de la década de 1970, el avance tecnocientífico promueve una expansión de esta tendencia narrativa, que se consolida con la aparición de dos filmes paradigmáticos del imaginario ciborg: “Robocop”, de 1987, y “El cortador de césped”, de 1992. En el primero, el organismo de Murphy, un oficial del Departamento de Policía de Los Angeles asesinado por un grupo de criminales, es destinado a un proyecto científico de restauración estética y funcional que lo reanima en la forma de un hombre-máquina, Robocop, un organismo cibernético, ser de carne y hueso revestido por un enorme caparazón metálico, con piernas y brazos protésicos, un servo-policía corregido y potenciado en sus funciones de vigilancia y control del crimen. Comprometido profundamente en sus funciones corporales, es un personaje que instaura una modalidad de intromisión tecnológica innovadora, que rompe de raíz con el imaginario precedente. Tal es el grado de fusión entre tecnología y organismo biológico, que sus funciones psíquicas se ven comprometidas por los agregados electrónicos.

“El cortador de césped”, basado en una novela de Stephen King, presenta a Jobe, joven con cierto retraso mental, transformado en ser de inteligencia superior merced al uso de la realidad virtual, que deviene poshumano, consumando así un sueño de la filosofía transhumanista: liberado de las ataduras físicas de su cuerpo, Jobe descarga el contenido de su mente a la red mundial de computadoras, expandiéndose en Internet como un virus informático.

Este giro temático coincide con la transición conceptual entre el ciborg, y el poshumano. El filme de Leonard Brett de 1992 abre la puerta a la invasión definitiva de la mente en manos de la tecnología. Ese mismo año, se estrenan dos filmes que intensifican esta preeminencia de lo mental: “Soldado universal” (Luke-GR44 es un soldado potenciado por tecnologías invisibles, instaladas a un nivel genético); y “El vengador del futuro” (Douglas Quaid es objeto de manipulaciones cerebrales que alteran su memoria y sus capacidades cognitivas presentándole como real un entorno ficticio).

Siete años más tarde, la fusión absoluta entre mente y tecnología alcanza un nivel cualitativamente nuevo en el famoso filme de los hermanos Wachowski, “Matrix”: un mundo regido por una raza de máquinas dotadas de inteligencia artificial, que conecta a los seres humanos a decenas de cables que absorben su energía desde el nacimiento, y cuyas mentes son descargadas y transportadas a un mundo generado por ordenador.

Nacidos en las primeras décadas del siglo XX y potenciados a partir de la década de 1970 por la irrupción de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, los personajes de esta rama de la ficción científica son exponentes arquetípicos de los seres y criaturas artificiales de la mitología contemporánea vinculada a la fusión del hombre con sus productos tecnológicos. Reflejan las posibilidades expresivas del imaginario cultural que se construye alrededor de esta temática, basado en la idea de que el desarrollo tecnológico permitirá, en un futuro no muy lejano, el surgimiento de nuevas formas de vida, en un punto intermedio entre la biología natural y la tecnología cultural.

Lic. Santiago Koval
Autor de La condición poshumana.

Editorial Cinema, 2008.

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