Imaginarios tecnocientíficos y humanismo: repercusiones para la educación

Getting your Trinity Audio player ready...

Publicado en Revista Educación y Futuro. Por Alberto Eloy Martos García.

El imaginario es un concepto difuso que se maneja en múltiples disciplinas, desde la literatura, a la psicología, pasando por la antropología simbólica, el arte y muchas otras ramas del saber. Incluso hay una corriente bastante extendida que lo sitúa más como una especie de “extravagancia de adolescente” que como actividad social y cognitiva, no en vano la literatura fantástica ha estado a menudo marginalizada, igual que  los géneros fantásticos han nutrido dentro del  cine las películas e “serie B”.

Siguiendo con el concepto de  imaginario y para evitar su ambigüedad, algunos investigadores  hacen equivaler el concepto de imaginario con nociones como “mentalidad”, “conciencia colectiva” o “ideología”,  en tanto que  formas de designar las “representaciones sociales”. Sin embargo, el imaginario social, tal como lo concibe Castoriadis (1975), no puede reducirse a representaciones de ninguna realidad (objeto) o persona (sujeto) en concreto, no son formas ni figuras ni arquetipos ya acuñados. Más bien sería flujos de significaciones, redes simbólicas,, (“magma de significaciones”, las llama Castoriadis), y que tienen un alto de grado de autonomía, es decir, no encuentran su fuente en ninguna clase de determinismo y sí se parecen mucho más a las producciones libres del juego.

El profesor J. L. Pintos, coordinador del Grupo Compostela de Estudio sobre Imaginarios Sociales, da una formulación mucho más exacta: los imaginarios son esquemas construidos socialmente que nos permiten percibir como real  lo que en cada sistema social se considere realidad, explicarlo e intervenir en ello; los imaginarios sociales estructuran en cada instante la experiencia social y engendran tanto comportamientos como imágenes “reales”.

En palabras más simples, estas significaciones más o menos abiertas, en progresión, terminan por encarnarse en instituciones cerradas, acotadas.  Así,  la Familia o el Estado, el orden social del s.XIX y buena parte del XX ha estado basado en el imaginario del ciudadano o en el de la familia burguesa, que ha ido construyendo sus respectivas identidades a partir de ciertos estereotipos.

Por eso, no cabe extrañarse del enfoque reduccionista de la máquina, concebida como un utensilio al servicio del capitalismo y de los flujos económicos y de explotación de bienes en general. Por tanto, el mundo de las máquinas se percibía como algo privativo de los técnicos, igual que el urbanismo se reservaba a los arquitectos, en un enfoque bipolar ciencias/letras o técnica/humanismo que sustraía al debate o a la opinión de los ciudadanos las cuestiones más candentes.

Pero, como bien explican Deleuze y Guattari  hay máquinas sociales y máquinas deseantes, Del mismo modo, hay máquinas materiales y máquinas inmateriales, como es el software. Y, en este sentido amplio, hay máquinas de todo tipo: máquinas electrónicas, máquinas narrativas, máquinas publicitarias, máquinas mediáticas, máquinas actorales, máquinas psíquicas, máquinas libidinales:

La máquina deseante es un sistema de producir deseos; la máquina social es un sistema económico-político de producción. Las máquinas técnicas no son independientes ni exteriores a la máquina social. Cada técnica forma parte esencial de la máquina social. La tecnología capitalista es esencial al sistema de explotación capitalista. Son grandes máquinas las que son usadas para la explotación de grandes masas de trabajadores. No hay una necesidad intrínseca de cierta tecnología. Más bien la tecnología evoluciona con la máquina social de la que forma parte.

En la máquina deseante ven Deleuze y Guattari ante todo flujos. Toman la idea de Lawrence: la sexualidad es flujo. Todo deseo es flujo y corte. Flujo de esperma, de orines, de leche, etc. Freud descubrió este flujo de deseo. Ricardo y Marx descubrieron el flujo de producción, el flujo de dinero, el flujo de mercancías; todo ello como esencia de la economía capitalista. Lo que caracteriza al sistema es la apropiación del producto por parte del capital. También Lutero descubrió la religión como fenómeno estrictamente privado, muy acorde con la nueva economía del capital (…).

Paranoia y esquizofrenia son los dos polos de la máquina social. El paranoico tiende a Edipo, a la ley, al orden, al código, al significante. Se proyecta imponiendo el orden, arraigando la autoridad, tiranizando. En cambio, el esquizo constituye la línea de fuga de la máquina social. Busca la producción de la máquina deseante. Nada hay más revolucionario para la máquina social que la máquina deseante. El deseo es primero y fundamental; tiende también a decodificar las estructuras sociales y no coincide con la decodificación que lleva a cabo el capital.

Ver el artículo completo (PDF) >

Comentarios