Doomsday o el miedo al fin del mundo

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El sentido de lo trágico en el ser humano, se sabe, radica en que le resulta imposible dejar de hacer aquello que lo destruye.

La sensación general y compartida de la llegada cercana de una singularidad (un punto en el tiempo en que las leyes del universo tal cual las conocemos dejan de aplicarse) es signo sugerente de que, en los hechos, mas allá de la red de la conciencia, las cosas están tendiendo efectivamente a un estado de caos cada vez mayor, y de que en determinado momento del desarrollo de la historia, un momento no muy lejano, los niveles de caos alterarán profundamente la existencia humana y la vida biológica tal como la conocemos.

Las profecías mayas sitúan el punto de inflexión en 2012. Cierto o no, la aceleración caótica del devenir histórico, la superpoblación, la contaminación ambiental, las depresiones y angustias cada vez mas frecuentes del alma, la ley del consumo como forma deseable de vida, el acceso ilimitado y no jerarquizado a volúmenes ingobernables de información, la explosión mediática del sexo, el consumo creciente de fármacos y psicotrópicos con y sin prescripción médica, la alteración sistemática en niveles genéticos de alimentos de consumo diario, la escasez de agua potable, las amenazas latentes de guerras mundiales, la bomba atómica y el doomsday machine contemporáneo, las enfermedades virales y bacterianas del nuevo milenio, las pestes y las pandemias, el control robótico y ciborgiano del mundo; en fin, el conjunto de factores que amenazan la vida biológica y social en la tierra tal cual la conocemos se presentan hoy como mucho más probables que en cualquier otro punto de la historia de la humanidad.

Acaso ya en 1950, Norbert Wiener, padre de la Cibernética, dejaba en claro el destino inevitable de la humanidad y del universo como un todo:

” […] la novedad de Gibbs consistió en considerar, no un universo, sino todos los que son respuestas posibles a un conjunto limitado de cuestiones que se refieren a nuestro medio. Lo fundamental de su idea consiste en discernir hasta qué punto son probables en un conjunto mayor de universos las respuestas que podemos dar a ciertas preguntas para algunos de ellos. Gibbs creía además que esa probabilidad tendería a aumentar con la edad del universo. Se llama entropía a la medida de esa probabilidad, cuya característica principal es la ser siempre creciente. Al aumentar ella, el universo, junto con todos los sistemas cerrados que contiene, tiende empeorar y a perder caracteres distintivos, a pasar del estado menos probable al más probable, de un estado de organización y de diferenciación, en el cual existen rasgos y formas, a otro de caos e identidad […]”  (Wiener, Norbert. 1988 (1950). Cibernética y sociedad. Buenos Aires: Editorial Sudamericana).

La conciencia del fin del mundo

La conciencia colectiva y compartida del fin del mundo es índice del fin del mundo per se, y debe ser tenida en cuenta como prueba sugerente de la amenaza real que sufre nuestro planeta.

La relación dialéctica y performativa entre mundo y conciencia permite deducir de las representaciones de las cosas atributos objetivos independientes de dicha representación. La sensación compartida de la inminencia del  apocalipsis, la percepción general de mayores niveles de caos y de mayor probabilidad de finitud del universo tal cual lo conocemos, el discurso global de que los factores amenazantes de la vida biológica asumen hoy índices de realidad mucho mayores que en épocas precedentes; en fin, la conciencia colectiva construida alrededor del devenir histórico reciente dice algo acerca de la realidad histórica de la cual nace, y debe tomarse en cuenta como signo sugerente de sus atributos y propiedades objetivas.

La conciencia colectiva se construye en principio como resultado discursivo de la suma y combinatoria del conjunto de conciencias individuales, y se multiplica actualmente a través de los discursos heteróclitos de los medios masivos de comunicación, que amplifican la conciencia a niveles planetarios. Pero en un nivel más profundo, la conciencia colectiva de la especie humana radica en la existencia de lazos universales de comunicación extra-lingüísticos e inmediatos entre seres biológicos nacidos a partir de una única célula madre originaria. La especie humana como un todo nace, se forma, diversifica y complejiza filogenéticamente a partir de un único punto original del cual todo cuanto se conoce forma parte en sus bases más originales. De ahí que, aunque individuos, seamos todos parte de un todo mayor y universal que nos incluye y condiciona inexorablemente. La conciencia colectiva es un rasgo de nuestro origen filogenético común como especie.

A su vez, la especie como un todo nace intrincadamente vinculada al medio ambiental del cual se origina y en el cual se desarrolla. El universo, sus variables, estados y propiedades, se entrelaza con nuestros organismos individuales y colectivos desde la noche de los tiempos y forma parte sustancial en la formación de la naturaleza de nuestra especie, incluida en ella, claro está, nuestra capacidad de conciencia.

El mundo forma parte de nuestra especie, y nuestra especie forma parte del mundo. La conciencia colectiva, como rasgo de la especie, forma también parte fundamental de esa interacción y se presenta así como expresión imaginaria y discursiva de una relación dialéctica entre dos polos profundamente intrincados.

De ahí que del imaginario colectivo que se construye alrededor de una sensación del mundo real puedan derivarse propiedades y atributos objetivos del mundo real del cual se originan.

La sensación compartida de que el fin del mundo es inminente se presenta así como prueba sugerente de que el fin del mundo, como posibilidad, es hoy más real que nunca, y debe pues ser tomada en cuenta al momento de realizar diagnósticos acerca de la situación planetaria contemporánea.

El sentido de lo trágico en el ser humano, se sabe, radica en la imposibilidad de dejar de hacer aquello que lo destruye.

La sensación general y compartida de la llegada cercana de una singularidad (un punto en el tiempo en que las leyes del universo tal cual las conocemos dejan de aplicarse) es signo sugerente de que, en los hechos, mas allá de la red de la conciencia, las cosas están tendiendo efectivamente a un estado de caos cada vez mayor, y de que en determinado momento del desarrollo de la historia, un momento no muy lejano, los niveles de caos alterarán profundamente la existencia humana y la vida biológica tal como la conocemos.

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