Manifiesto

Hasta hace muy poco tiempo no existía una voz que comprendiera este conjunto de ideas; para poder expresarlo todo mediante una palabra, me vi obligado a inventarla. De ahí: Cibernética, que derivé de la voz griega kubernetes o timonel, la misma raíz de la cual los pueblos de Occidente han formado gobierno y sus derivados.

Norbert Wiener, Cibernética y sociedad: el uso humano de seres humanos, 1950.

KubernÉtica es un espacio de reflexión de acceso libre y gratuito dispuesto para la difusión y circulación de ideas en torno a temáticas de actualidad científico-técnica. En sus páginas, los/as lectores/as encontrarán artículos científicos, académicos y de divulgación en diversos campos del saber; entre otros: tecnología, ciencia, cine y literatura. El sentido fuerza que une estos géneros disímiles en un mismo espacio es el de criticar –entendida la crítica como el estudio de los límites– el papel de la tecnología en la sociedad contemporánea, y viceversa, el de la sociedad contemporánea en el desarrollo tecnológico.

Somos conscientes, de un lado, de la omnipresencia del factor técnico en las modernas sociedades industriales y, de otro, de las actuales y potenciales consecuencias sociales, culturales, biológicas, medioambientales, físicas y psicológicas asociadas a ello.

Estamos situados en una época de especial envergadura. El factor técnico no ha estado nunca tan presente. En los registros históricos no hay tamaña dispersión y penetración de la técnica en los asuntos humanos. No solo nuestras actividades se han tecnificado, también nuestra cultura, nuestro entorno, nuestro lenguaje y nuestros propios organismos.

Asistimos a un imperio de la técnica. El lugar que desde el Siglo XVII se reservaba a la ciencia lo ocupa nuestra técnica, nuevo becerro de oro adorado como último bastión de las democracias liberales. Una técnica omnipresente defendida, en igual medida, por estados y corporaciones privadas como el instrumento por excelencia para el acceso a la igualdad, la fraternidad y la libertad humanas.

Conforme a estas directrices nos hemos tecnificado. A paso de gigante, la tecnología –conjunto de saberes que enmarca al desarrollo técnico– ha conquistado los más diversos terrenos. De la cuna a la tumba, el sujeto contemporáneo ha tejido su existencia con la fábrica de la técnica.

Hemos domesticado nuestras pulsiones. En una primera instancia, lo que era animal ha devenido humano. Lo que teníamos de bestia lo enterramos bajo los artefactos de la cultura. No conformes con ello, en una segunda instancia, hemos comenzado a desterrar lo poco de humano que nos queda. Se ha encargado a la técnica la monumental tarea de conquistar el mismo núcleo de nuestra información genética. Intrínsecamente, esto no ha tenido otro objetivo que el de mecanizar las expresiones de lo natural, de volverlas formulables.

Hemos tecnificado nuestros cuerpos o, cuanto menos, los dispositivos que los regulan y los penetran. Durante los últimos cuatro siglos, los tejidos de la carne se han visto invadidos por sutiles mecanismos: vacunas, medicinas y prótesis que circulan en creciente medida por los laberintos de la organicidad.

A medida que perdemos vínculo con lo natural, nuestras máquinas se vuelven humanas. Hemos aportado a esta empresa la creatividad técnica necesaria para hacer de ellas auténticas depositarias de nuestras cualidades biológicas. El Golem, ser de arcilla y barro insuflado de vida por el soplo divino, cual Adán en el Antiguo Testamento, encarna hoy en sofisticados artefactos. Así, cansados de ser humanos, hemos confiado en que nuestras máquinas lo sean al menos en algo.

Hemos automatizado nuestras actividades gracias al concurso de toda clase de artefactos. Nuestras viviendas, los dispositivos de transporte y los espacios laborales. Nuestros sistemas de gestión de datos y los de envío y recepción de mensajes. Hemos tecnificado artefactos de cocina, de manutención, de hospitalidad, de confort, de control y vigilancia, de ocio y de consumo. Hemos borroneado la dimensión antropológica de nuestros contactos humanos, reducidos hoy, cada vez más, a interacciones mediadas.

Por el peso de nuestros actos, en nuestra intensa búsqueda por tecnificar nuestro entorno, hemos contaminado el planeta y no se conoce en la historia de la Tierra semejante estadio de destrucción ambiental. Lo que era tierra virgen y fértil desaparece en ciudades superpobladas. Lo que era agua potable se destina a la explotación industrial. Lo que era aire se reduce a polución y efecto invernadero.

Conforme horadamos las bases vitales de nuestro planeta, la diversidad biológica que se despliega desde el origen de la vida a lo largo de especies vegetales y animales se enfrenta al peligro de una irremediable extinción.

Así, la industria del capital, orientada al consumo masificado y a la prosperidad económica de unos pocos estratos sociales, ha subsumido la salud planetaria a las necesidades humanas, desde las más primarias hasta las más superfluas.

En nuestro ánimo de conquista, en el constante deseo de dominación del hombre por el hombre, hemos desarrollado armas de destrucción masiva con la capacidad de destruir, con un chasquido de dedos, regiones geográficas enteras. Hemos destinado esfuerzos y cuantiosas sumas de dinero a producir enormes maquinarias y sofisticados ingenios capaces de matar, a mansalva, a grandes poblaciones, y ello con consecuencias desastrosas todavía palpables.

En nuestro afán de modernización, hemos aniquilado, en diversas oleadas históricas aún presentes, a gran parte de las poblaciones originarias, desamparadas de sus tierras y despojadas de sus arraigos ancestrales, siempre contrarios al ritmo avasallante de las civilizaciones.

Así las cosas, a fuerza de actos exclusivamente humanos, hemos llegado al siglo XXI, nuestro desbordado presente.

¿Qué hemos logrado hasta ahora? ¿Qué uso hemos dado a nuestra habilidad de crear herramientas? Desde aquella noche del tiempo, desde aquel homosapiens que usó un hueso o una piedra para cazar o para alumbrar por primera vez una oscura caverna, hasta nuestros modernos satélites, travesías espaciales y máquinas centinelas que regulan autónomamente su entorno con programas de Inteligencia Artificial, ¿hemos hecho bien o hemos hecho mal a nuestro entorno, a nuestros congéneres y a las demás formas de lo vivo? ¿Ha servido en algo el sendero que hemos tomado?

En los próximos años, probablemente, el factor técnico adquirirá dimensiones colosales. Cuando todos los aspectos humanos (biológicos, culturales, etc.) puedan reducirse al lenguaje de la técnica, cuando pueda expresarse técnicamente cualquier ocurrencia y sea posible, en consecuencia, anticipar y controlar cualquier fenómeno natural o social, será demasiado tarde.

Se imponen, aquí y ahora, un tiempo mítico e irreversible, serias reflexiones éticas y filosóficas, con sus compromisos de acción correspondientes, que antecedan, constituyan y promuevan un estrecho seguimiento humano de las invenciones técnicas.

Solo reflexionando con una mano sobre el corazón acerca de nuestras maquinaciones será posible reconocer, anticipar y sopesar el alcance de todas sus consecuencias.

Nos encontramos en el amanecer de nuestro futuro cercano. Un futuro que será la prolongación de nuestras decisiones presentes y que dependerá enteramente de lo que hagamos con él.

Pensar, sentir y actuar con ética y entereza humanas. He aquí lo poco que nos queda a nosotros, artífices de nuestro devenir. A esta titánica tarea hemos de entregarnos quienes reflexionamos sobre la tecnología, y en general, quienes deseamos, en lo más íntimo, un posible futuro para las generaciones venideras.

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