Camino al poshumanismo

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Soy devoto a mi cuerpo como cualquiera, pero si puedo tener 200 años en un cuerpo de silicio, sin dudas lo tomaré.

Danny Hills

En los últimos años se ha desarrollado un nuevo paradigma sobre el futuro del hombre que comenzó a tomar forma en un grupo de científicos dedicados a la investigación en áreas como computación, neurología, biotecnología, nanotecnología y otras tecnologías de punta. La evolución humana, sostienen, no ha terminado aún: somos más complejos que cualquiera de las criaturas antes existentes y no hemos alcanzado nuestra forma evolutiva final. Puesto que nuestra evolución todavía no termina, la tecnología puede ayudarnos a encauzarla. Según Nick Bostrom, profesor de Filosofía de la Universidad de Oxford y uno de los más importantes representantes de esta nueva concepción, «la condición humana no es, como se suele creer, constante, y la aplicación científica de las nuevas tecnologías llevará a la superación de sus limitaciones biológicas».

En este nuevo paradigma, la idea central consiste en sostener que la evolución humana puede acelerarse por la fusión del hombre con las máquinas para crear un ser poshumano, transhumano y posbiológico que reconoce a los productos tecnológicos como parte de su propio organismo. Como escribe Hayles, una de sus más importantes defensoras: «En el poshumanismo, no hay diferencias esenciales o demarcaciones absolutas entre existencia corporal y simulación por computadora, entre mecanismo cibernético y mecanismo biológico, entre teleología robótica y objetivos humanos» .

El transhumanismo o extropianismo, que en 1997 fundó la World Transhumanist Association, se concibió desde su origen como el movimiento político y filosófico que reúne este acervo de nuevas nociones. El punto 4 de la Declaración Transhumanista establece:

El transhumanismo defiende el derecho moral de aquellos que desean usar la tecnología para extender sus capacidades mentales y físicas (incluyendo las reproductivas) y mejorar su control sobre sus propias vidas. Aspiramos al crecimiento personal más allá de nuestras actuales limitaciones biológicas.

Los partidarios de esta neofilosofía se inscriben, así, en un nuevo paradigma que rechaza de raíz la noción de que la condición humana es constante. Dado que los grandes inventos conducen a profundas transformaciones sociales, consideran que los niveles de desarrollo a los que han llegado la tecnología, la biología y la medicina, permiten prever un futuro sustancialmente diferente para el hombre: el cambio de su misma condición humana. De este modo lo define Robin Hanson, uno de sus principales exponentes, cuando escribe que el «[t]ranshumanismo es la idea de que las nuevas tecnologías serán capaces de cambiar nuestro mundo a tal nivel en los próximos cien o doscientos años que nuestros descendientes, en muchos aspectos, no serán más humanos» .

La crítica cultural Katherin Hayles define al hombre de este nuevo estadio tecnológico con el término genérico poshumano, que puede funcionar como sinónimo de ciborg en su concepción más amplia. Un poshumano es una persona con una capacidad física, intelectual y psicológica sin precedentes, autoprogramable, autoconfigurable, ilimitado y potencialmente inmortal; un ser cuyas capacidades exceden radicalmente a la de los seres humanos, hasta el punto de no pertenecer más a la especie humana de acuerdo con los estándares actuales de humanidad.

La noción de poshumano, introducida por Hayles, ha sido, de esta forma, incorporada teórica y políticamente por la filosofía transhumanista en un intento de concentrar en un solo concepto el conjunto de sus fundamentos ideológicos. El transhumanismo defiende la idea de un ser humano posbiológico y esto con arreglo al advenimiento, en las próximas décadas, de posibilidades tecnológicas antes inalcanzables: el bienestar emocional a través del control de los centros del placer, el uso de píldoras de la personalidad, la nanotecnología molecular, la ampliación de la expectativa de vida, la interconexión reticular del mundo, la reanimación de pacientes en suspensión criogénica, la migración del cuerpo a un sustrato digital, etc.

De ahí que se haga necesaria, según sus partidarios, la introducción de un conjunto de neologismos coherentes con el surgimiento de esta nueva realidad posbiológica. Entre los neologismos transhumanistas se pueden destacar los siguientes: cibergnosticismo (creencia en que el mundo físico es impuro e ineficiente, y en que la existencia en forma de «información pura» es mejor y debe ser pretendida); copias de apoyo (copia –back up– de un sujeto que se encuentra en estado de información pura para evitar riesgos de pérdida de datos); libertad morfológica (capacidad de alterar la fisiología humana a voluntad por medio de la cirugía, la ingeniería genética o la nanotecnología); exoidentidades (sistemas artificiales unidos a las personas con fines prácticos de mejoramiento físico y mental); existencia posbiológica (momento en la vida de un ser poshumano en el que ha logrado deshacerse de toda dependencia de partes biológicas).

Entre las posiciones extremas de la filosofía transhumanista se encuentra aquella que pretende una abstracción absoluta de la materia orgánica a través de una descarga o transbiomorfosis (metamorfosis transbiológica) que traduzca las redes neuronales de nuestra mente a la memoria de un ordenador. Esta versión extrema del transhumanismo, conocida como poshumanismo trascendental, defiende la idea de un ser líquido-fluido posbiológico, abstracto, puro y sin anclajes al cuerpo, cuya supresión se hace necesaria; ser que reconoce en la sustancia limitaciones a su potencialidad, transferido tecnológicamente en la forma de conciencia a un sistema informático.

Hans Moravec, partidario, entre otras cosas, de esta versión exacerbada, y cansado de la too solid flesh (carne demasiado sólida), propone la construcción de aparatos robóticos que permitan la descarga (download) de las redes neuronales del cerebro a la memoria de un ordenador, en un verdadera metempsicosis que garantizaría la inmortalidad de la conciencia, separada del cuerpo tradicional que resultaría superfluo, relegado, un desecho. Así, Moravec escribe que

en un paso final y desorientador, el cirujano saca su mano de la cavidad craneana. El cuerpo súbitamente abandonado tiene un espasmo y muere. Por un momento permanecemos en silencio y en la oscuridad. Luego abrimos los ojos, nuestra perspectiva ha cambiado. La simulación de la computadora ha sido desconectada del cable que va a las manos del cirujano y conectada al nuevo cuerpo fabricado con los materiales, acabados, colores y estilos que nosotros mismos hemos elegido previamente. La metamorfosis está completa.

De modo que el poshumano, primero hombre-prótesis, luego ciborg y finalmente Übermensch nietzscheano , deviene, en su manifestación extrema, existencia abstracta, res cogitans separada de la res extensa, entidad ideal libre de aquel desecho inservible, fuente última de todos los males. El producto final, objeto de aspiración de los transhumanistas, es, pues, la liberación de lo físico: no conformes con la amplificación tecnológica del cuerpo, sus más acérrimos defensores optan por suprimirlo.

En suma, lo poshumano es, en esencia, odio al cuerpo y al infierno de la carne, desprecio por el envase obsoleto, aversión por un residuo físico prescindible que limita la evolución. Como se pregunta Félix Duque, «¿[n]o es el miedo a las tripas, a las vísceras, al cuerpo y sus excrecencias, el horror al vómito, a la defecación y a la muerte?» . Eso, al menos, parecen confirmar las sugestivas y turbadoras palabras de David Skal:

Cuerpo-alma cuerpo-carne cuerpo-muerte fétido jadeante meante feto estallando de órganos mientras enterrado vivo en un ataúd de sangre oh Dios mío yo no haz que no sea yo tengo que salir del cubo de vísceras que me aspira que me vomita llevaos este cuerpo tembloroso giratorio turbulento este cuerpo-tiovivo, este CUERPO.

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