Reflexiones sobre el hombre y la inmortalidad

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La vida es un fenómeno extremadamente infrecuente en el Universo y más aún lo es la emergencia de especies inteligentes creadoras de tecnología. A tal punto, que no me resulta inconcebible pensar que la tierra pueda ser el único planeta donde surgió  una civilización tecnológica.

Por Rodolfo Goya*

Los primeros organismos unicelulares aparecieron en nuestro planeta hace unos 4.000 millones de años y evolucionaron muy lentamente. Le llevó a la evolución 3.500 millones de años dar orígen a los primeros animales multicelulares poseedores de un sistema nervioso complejo. La inteligencia creadora de tecnología apareció con el género Homo hace unos 2,7 millones de años, un instante en el calendario cósmico. Esta remarcable culminación de la evolución, requirió que durante muy largo tiempo (4.000 millones de años) el planeta mantuviera sus excepcionalmente favorables condiciones para el desarrollo de la vida. Aún así, los modestos, en términos cósmicos, cambios que ocurrieron en la tierra durante dicho período causaron que más del 97% de todas las especies que poblaron el mundo se extinguiera. Una especie, el Homo sapiens, que constituye una mínima proporción del 3 % sobreviviente, prosperó y dominó el planeta como ninguna otra logró hacerlo antes, ni siquiera los dinosaurios que reinaron en la tierra por 150 millones de años.

Ser un miembro de la especie humana es un privilegio casi inimaginable. Todo en nosotros es una coincidencia lindante con lo imposible. Los átomos que constituyen nuestro cuerpo fueron creados miles de millones de años atrás en el núcleo de estrellas ancestrales a millones de años luz de distancia. Somos una porción del universo que ha adquirido conciencia y puede conocerse a sí mismo, maravillándose al verse a través de nuestros ojos. Podríamos seguir con este tipo de consideraciones y todas nos llevarían a una creciente certeza de que estar vivos es un hecho único e irrepetible. Es por eso que la muerte es una tragedia para el individuo; porque con ella se extingue el milagro de nuestra existencia, perdiéndose definitivamente la conciencia y los recuerdos.

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Si viviésemos indefinidamente, no seriamos inmutables como piedras, iríamos cambiando y nuestra visión del cosmos evolucionaría continuamente. Pero mantendríamos nuestra identidad y recuerdos. Sería el mismo caso que nos ocurrió cuando transitamos de la niñez a la adultez. Recordamos nuestra visión infantil del mundo con ternura y una sonrisa. Era una mirada simple e inexperta, muy distinta de la actual. Evolucionamos sí, pero no se ha roto la continuidad entre aquel niño y nosotros; nuestra identidad se mantiene. La muerte por el contrario, extingue nuestra identidad y después de que ocurre ya no evolucionamos, nuestra mente deja de existir y nuestros cuerpos se degradan irreversiblemente.

El anhelo del Hombre de lograr la inmortalidad y eterna juventud es universal e inmemorial. Está en nuestra naturaleza y siempre buscaremos vencer a la muerte o al menos diferirla indefinidamente. Antes se intentó a través de las religiones, ahora se hará a través de la tecnología, el rasgo distintivo de nuestra especie.

* Acerca de Rodolfo Goya (goya@crionica.org)

El Dr. Rodolfo Goya es investigador senior en el Instituto de Investigaciones Bioquímicas de La Plata (INIBIOLP), ubicado en la Facultad de Medicina, Universidad Nacional de La Plata, Argentina. En ese ámbito, lidera un grupo de investigación dedicado a la neurobiología del envejecimiento. Su línea de trabajo se centra en el diseño de estrategias de terapia génica protectora en modelos animales de envejecimiento neuroendócrino y de neurodegeneración. Otra de sus áreas de interés es la aplicación de la transferencia génica asistida por campos magnéticos en el cerebro.

 

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