El Anticristo de Lars Von Trier

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Anticristo (Antichrist, Lars Von Trier, 2009).

Por Santiago Koval.

“Este libro está hecho para muy pocos lectores. Puede que no viva aún ninguno de ellos. […] Lo que a mi me pertenece es el pasado mañana. Algunos hombres nacen póstumos”.

Friedrich Nietzsche, El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo, 1888.

Lars Von Trier, el inclasificable fundador, junto con Thomas Vinterberg (La celebración), de Dogma 95, propone en Anticristo un recorrido a modo de suplicio medieval por los mitos fundantes, la teología, la naturaleza, la razón, los miedos y los recodos más oscuros de la naturaleza humana.

Violento, explícito, desgarrador, misógino y, por qué no, misántropo, el filme divide su curso en cinco segmentos narrativos: un “epílogo”, servido con maestría estética, en cámara lenta, relatado como el poema épico de una tragedia anunciada; el sexo violento, manifiesto y ritmado de dos amantes, Adán y Eva, expulsados del paraíso, reinventados en el siglo XXI en un cuarto de limpieza; los pequeños pasos de un niño en busca de libertad hasta el borde de una ventana hecha de luz y aire blanco; el salto al vacío en caída libre bañada por copos de nieve; el desamparo de una madre que ha podido ver, entrecortadamente, el final de una vida.

Los tres segmentos que siguen, “El duelo”, “El dolor (el caos reina)” y “La desesperación (feminicidio)”, marcarán el descenso de la pareja bíblica a través de los anillos del Infierno. La naturaleza, cruda, desmedida y desbordante, se ocupará de arrojar sus inclemencias a Adán y Eva, que se han recluido en el Edén para expiar sus culpas, recuperar la salud y lograr encontrar, si acaso fuera posible, un rayo de luz en el seno de la tragedia.

El camino a la expiación será tortuoso, violento, final. Una lucha kantiana entre la Razón (encarnada en la profesión de un psicólogo, Willem Dafoe, que ha decidido usar la ciencia y el argumento para superar el duelo de su mujer, y, ocultamente, el suyo propio) y la Naturaleza (el sexo, la carne, la sangre, las bestias, los árboles, la lluvia, el granizo, en fin, la cruda realidad de todo lo que estamos hechos).

El triunfo de la Naturaleza (lo animal que hay en lo humano), demostrará, conforme circulemos por los anillos del Infierno, que la razón no es suficiente para luchar contra la dureza de lo natural. Comprobará, a un tiempo, que la razón es esencialmente natural, que no hay dicotomía ni dualismo; más bien, que una nace de la otra, que se alimentan mutuamente, que la ciencia racional surge de la oscuridad más abyecta. Dejará ver, pues, que en lo hondo de nuestra humanidad hay un profundo océano de naturaleza violenta.

La desgarradora Eva (Charlotte Gainsbourg), cuyos gestos de desesperación y locura recuerdan, acaso, a Shelley Duvall en El resplandor de Kubrick, una mujer que debe aceptar a contrapelo la destrucción del amor, encarna, si se quiere, a todas las mujeres sometidas durante el Medio Evo, que fueron asesinadas e incineradas por la mano inquisidora del hombre. La venganza, entonces, aunque inconclusa, será la de la Historia, y no ya suya propia. El Anticristo, en la cima de la pirámide del miedo, será ya no la muerte, el bosque, ni el diablo, sino, más bien, la naturaleza que hay oculta en su interior.

La llegada Los Tres Mendigos (el zorro, el cuervo y el ciervo), mensajeros de la cara siniestra de lo natural, presagiarán el desenlace de la tragedia. Las tres bestias se cobijarán del granizo dentro de la cabaña, el refugio que protege a la naturaleza de la naturaleza. En ese espacio de abrigo, que el ser humano ha construido para escaparse de sí mismo, tendrán lugar, a un tiempo, el caos de la desesperación, el dolor y el duelo; una viaje narrativo que unirá, en anillos concéntricos, las flagelaciones, los castigos, los suplicios y las mutilaciones medievales.

El “Epílogo” será el triunfo del hombre, de la razón, de la civilización. Pero no de la razón benevolente, de la cultura, del método o de la asepsia científica. Antes bien, el hombre deberá volverse él mismo una bestia. Y la Historia, escrita con semen y sangre, como sugiere Gaspar Noé en Irreversible, recuperará su curso inevitable de violencia animal. La Razón, parece querer decirnos Von Trier, debe ser violenta para triunfar en su lucha contra la Naturaleza. O bien, la Razón, forjada durante siglos por el puño opresor masculino, es en sí misma una de las dimensiones de lo natural: violenta, animal, deshumanizante.

A la postre, el hombre (Adán y todos los hombres de la historia) expulsado del Edén, regresará maltrecho por un camino de bosque, convertido él mismo en la bestia contra se había propuesto luchar. Alrededor suyo, una procesión de mujeres desnudas se lanzará desesperadamente hacia el no lugar al que han sido arrojadas: son las víctimas espectrales que ha dejado la razón humana durante milenios de dominación masculina.

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