Getting your Trinity Audio player ready...
|
Ser libre es construir un mundo en el que se pueda ser libre.
Emmanuel Lévinas
Por Laurentz Federico Stefanini Andriessen*.
¿Por qué pensar la situación de la pandemia con La hospitalidad?
La primera vez que me encontré con esta palabra como concepto filosófico, como pregunta poética, fue en el título de un libro en el que una psicoanalista dialoga intercalando sus apreciaciones con las transcripciones de las clases de un curso de Jacques Derrida.
A su vez, a este pensador lo escuché nombrar, por primera vez, en la facultad de psicología de la UBA, en una materia optativa (Problemas filosóficos), como discípulo de Emmanuel Lévinas. Ya venía, podía suponerlo, con una sobre carga de humanismo. En aquellos tiempos, estaba también muy interesado por el psicoanálisis y la topología. El tema de la política estaba entrando en mi pensamiento bajo las formas de las superficies, las fronteras, los objetos imposibles o mágicos, las estructuras, lo éxtimo.
Por lo tanto, La hospitalidad iba a ser un texto (y lo seguirá siendo) que no dejaría de invitarme a pensar. La hospitalidad se me fue convirtiendo en una obsesión. Acaso, ¿es un concepto peligroso? ¿Hay motivos para desconfiar de ella? ¿Se trata de una invitación peligrosa?
En principio, es un concepto que siempre me vuelve desde algún lugar. En este caso, ya hace un tiempo, en cuarentena, que se asomaba como pidiendo permiso para ayudar a pensar o para imponer un término para pensar esta actualidad. Ella, la hospitalidad, se instala como sujeto analizador del contexto actual. Algo de lo inevitable vuelve a ocurrir, por eso, otra vez ésta necesidad de escribirla y relanzar nuevas acogidas de hospitalidad.
Porque la hospitalidad es o abarca al anfitrión, a la casa y al huésped, a la vez. Es poética en tanto que invita a la creación, a la imaginación o interpretación de nuevos escenarios, pero también es política, porque delimita los márgenes del hospedaje, los roles de los habitantes, los extranjeros, los huéspedes, sus condiciones y/o las leyes que ella misma imparte.
Pareciera hasta obvio el correlato del coronavirus con la hospitalidad. Aunque, si nos detenemos a reflexionarla, empezaríamos a encontrar que en lo concerniente a la hospitalidad no hay nada obvio, nada cierto. Llevándola a su límite, a la hospitalidad absoluta o incondicional, Derrida, dice que ella no existe. Entonces, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la hospitalidad? Yo empezaría por decir que ella es una cuestión cambiante que depende de cómo se la mire, de cómo se la piense. Empiezo a creer, también, que es inagotable y que es un instrumento no del todo aprehensible. Además, no se la puede dejar de lado, porque sucede que encuentra vigencia y viene a preguntarnos sobre los límites, las fronteras, los territorios y sus habitantes. Viene a sujetarnos. Es un concepto imposible. Es topológico. Es maleable. Me propone y me propongo a moldearla.
Situación de anti-hospitalidad: La pandemia y el confinamiento
“De la piel para adentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Yo elijo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un Estado soberano y los límites de mi piel me resultan muchos más sagrados que los confines políticos de cualquier país”.
Anónimo
Si tomamos como tema de la hospitalidad a la enfermedad, casi de inmediato, puedo referir que las políticas del mundo en general se dirigen contra el coronavirus. Este nuevo virus recientemente descubierto es el enemigo invisible que por todos los medios se procura que no entre como huésped antígeno en nuestros cuerpos, de forma masiva. Es un otro, un extranjero (de origen zoonótico) que está siendo investigado por los científicos (sobre todo para encontrar una vacuna que traería beneficios en salud para el control de su propagación y cuidado de las personas más vulnerables o de riesgo y por intereses económicos que ningún laboratorio dejaría pasar). Con el transcurrir de los contagios también se estudian sus efectos, cómo enferman los cuerpos, con presencia o no de distintos síntomas. Es un otro que viene a descontrolar lo que se creía tener bajo control: los sistemas sanitarios, los sistemas financieros y productivos. En fin, la forma de vida que veníamos llevando. Se entiende que al otro no se lo recibe, mucho menos si no se lo conoce. Es requisito saber de dónde viene, su ascendencia, su lengua y sobre todo cómo se llama. En el caso del virus propiamente dicho, saber sobre su ARN para inventar una vacuna, o mientras tanto, fabricar tests para poder detectarlo en los cuerpos de las personas. También saber sobre su procedencia y medios de propagación.
Las posibilidades y las cualidades de hospitalidad están íntimamente ligadas con el movimiento, la circulación y la migración. Detener a los migrantes implica que no se reciban a esos huéspedes.
Cada cuerpo, cada uno de nosotros, podemos ser portadores del virus sin saberlo, como un huésped invisible en un cuerpo que no presenta síntomas o que no se enferma.
Si bien el índice de mortalidad no es para nada alto y las víctimas fatales son en su mayoría personas ancianas o con problemas de salud preexistentes, el verdadero riesgo que conlleva a que en determinados países se mueran tantas personas es la saturación de los sistemas de salud. Es lo que se afirma en nombre de los expertos en los medios de comunicación, que los hospitales colapsan de casos y no tienen los recursos de cuidados intensivos (respiradores) suficientes para atender a tantos enfermos.
Ante este panorama, las políticas para controlar la pandemia apuntan en gran parte a la cuarentena, al confinamiento. Ya es curiosa esta inversión del confinamiento de aislar a las personas sanas en vez de a las enfermas. Pero es entendible cuando se considera que el otro, el huésped, el enemigo es cualquiera de nosotros. Uno pasa de ser anfitrión y a ser rehén en un aislamiento en nuestra propia casa. El otro no solamente no es bienvenido sino que está prohibido. No hay invitación posible.
El estado de excepción que plantea esta situación desde los sectores del poder o de los gobiernos destruye la hospitalidad: nadie deja pasar a nadie, nadie invita o aloja a nadie, nadie circula… cierta parte de los derechos humanos se suspenden por un bien mayor: preservar la vida, mantener los hospitales con capacidad de atender casos. Los efectos colaterales que se están expresando en esta crisis mundial son incalculables.
La hospitalidad cuando no se abre, cuando cierra sus puertas por fuerza mayor puede traer consecuencias inimaginables.
El estado de excepción plantea excepciones para poder sostenerse: las personas deben mantenerse aisladas salvo que sean trabajadores esenciales o que salgan por motivos de primera necesidad. La transgresión de la Ley, exige que se implementen otras reglas y además algunas reglas de excepción de la excepción.
En el escenario planteado de la actualidad global, se impone el otro como potencialmente peligroso, al que hay que mantener alejado o del que hay que mantenerse alejado, ya que este es el método por el cual se cuidan las vidas “de todos”. ¿Si me cuido yo, cuido al otro y nos cuidamos todos? Es decir, acepto que no vengas a mi casa y acepto no ir a tu casa, porque de este modo nos cuidamos ambos.
Nótense los límites de esa casa, de esa protección: barbijos, máscaras, alcoholes, guantes, distanciamiento social (1,5 metros de distancia), “no compartir nada que haya estado en contacto con otro o, si no, debo desinfectarlo antes”, lavados de manos con agua y jabón de 1 minuto, etc. No son recomendaciones, son indicaciones morales impuestas, por otro, el gobierno, el dueño de casa o quién se ubique en el rol del anfitrión.
Como si fuera poco el abandono, porque nadie está acompañado en aislamiento, el aislamiento obligatorio es una situación carcelaria o de prisión domiciliaria, en la que el panóptico se ha multiplicado y descentralizado. Ahora, cada uno es un vigilante para la preservación del aislamiento social. Es una tendencia, que se esté instalando un sistema de vigilancia y juzgamiento general, en la que todos somos partícipes voluntariamente bajo el nombre de una actitud solidaria y de cuidados.
Si hay algo de hospitalidad en todo esto, no creo que sea algo que nadie haya deseado (por más de que existan variadas e interesantes teorías conspirativas).
Nuestra visión romántica de la hospitalidad es cuando uno tenía invitados, ¿no? Uno siempre quería que la casa luzca bien, como si el huésped tuviera más derechos que uno mismo en nuestra propia casa. Cuando viene el invitado uno descorcha el mejor vino, prepara las mejores comidas, etc. Tener invitados es un acontecimiento de hospitalidad especial.
En realidad, esa es la verdadera ley de la hospitalidad, la que nos dice que tenemos que alojar al forastero, al extranjero, al enfermo para brindarle la atención y asistencia que necesita. Solía suceder que los viajantes traían consigo un objeto no perecedero como regalo para dejar en la casa del anfitrión y ser recordado por toda la familia. Y, cuando algún miembro de esa familia, por ejemplo, un hijo o hija, viajara, podría también alojarse en el hogar del que había sido su huésped. Por lo tanto, huéspedes y anfitriones pueden ser intercambiables.
Pero incluso, si se tratara de un intruso inevitable y no de un pasajero amigable como en el caso del coronavirus, ¿no sería conveniente apostar, también, a otros mecanismos de defensas? ¿Por qué tanto hincapié en las medidas de prevención del contagio y no tanto así en las conductas y los hábitos que generan un mejor estado del sistema inmunológico?
A caso, si para posibilitar la continuidad de la vida, la continuidad hospitalaria, el sostén de los cimientos de la propia casa, no deberíamos apostar a políticas de cuidados de fortalecimiento del sistema inmunológico?
Nuestro cuerpo no es totalmente hospitalario, es selectivo. La hospitalidad como ley absoluta, no existe. El cuerpo como casa, como organismo anfitrión se reserva el derecho de admisión, digamos. Selecciona qué microorganismos pueden convivir, pueden incluso favorecer a la vida y cuáles no. A algunos puede eliminarlos, extirparlos, segregarlos y otros no, algunos de éstos pueden enfermarnos. Después existen los medicamentos que “vienen a curar o a ayudar en esos procesos de sanación”. Y también están las neurosis, las psicosis y todo tipo de perversiones psicológicas que irrumpen, simbólicamente, en el estado natural del organismo humano.
Lo cierto es que ninguna casa puede mantenerse como un quirófano totalmente aséptico.
Desconfiar de la hospitalidad
“Sabemos que el espacio político es el de la mentira por excelencia; y mientras que la mentira política tradicional se apoyaba en el secreto, la mentira política moderna ya no esconde nada tras de sí, sino que se basa, paradójicamente, en lo que todo el mundo cree.”
Jacques Derrida
¿Qué pasa cuando el enemigo es el anfitrión? Es decir, otro escenario de hospitalidad en el que el otro, el extranjero, el viajante, ya no es el enemigo o sujeto de desconfianza. “Está bien, voy a hacer una excepción, voy a trasgredir la Ley que impone el estado de excepción y voy a dejarte pasar a mi casa, eso sí, vas a tener que ajustarte a mis reglas, bajo mi techo, mando yo”. Hay que tener en cuenta que esta eventualidad se da después de más de 100 días de aislamiento y entre dos amigos. La ley fuera de la ley que ya estaba fuera de la ley. En este caso, el huésped va estar sometido a la exacerbación de las medidas de control y de aislamiento social dentro de una casa. Tal es el grado de control, de indicaciones y de conductas a seguir, que el huésped se sentirá expulsado de la casa del amigo, porque dicha hospitalidad tiene demasiadas y estrictas condiciones, lo que la vuelve poco acogedora o expulsiva.
El caso extremo del anfitrión enemigo es Procusto. Este es un personaje mitológico que también insiste sobre la hospitalidad.
Procusto vivía en una cabaña a las afueras de alguna ciudad de Grecia. Su morada estaba estratégicamente ubicada para sus propósitos: alojar a los peregrinos cansados de andar tantos días a la intemperie. (Ella era en sí misma una ineludible invitación, una trampa). Dichos viajantes, no necesitaban invitación, por necesidad (hambre, sed, agotamiento físico, frío, etc) golpeaban a la puerta en pedido de hospedaje. Procusto, en apariencia, era un oportuno y poderoso protector de forasteros; no era un anfitrión que tenga requisitos que excluyera a los desvalidos, al contrario, por lo general, dejaba que pasaran la noche. Se mostraba amable y otorgaba todo lo preciso para que los huéspedes satisficieran sus necesidades hasta cuando se dormían.
En realidad, Procusto era un personaje siniestro que detrás de sus buenos gestos de hospitalidad ocultaba una obscena y sádica intención. Su ley solamente se ejecutaba en acto y en todos los casos, de manera caprichosa, a su voluntad eran sometidos los cuerpos de los huéspedes, sus víctimas de tortura y homicidio. Refiere el mito que Procusto tenía camas de distintas proporciones, que según la altura del hospedado se la ofrecía de una manera particular: Si la persona era alta, le daba una cama chica y, en cambio, si era petiza le otorgaba un lecho grande. Lo que ellas no sabían era que nunca saldrían con vida de la cabaña de Procusto, quien cortaría las extremidades que sobresalieran de la cama y maniataría a las que no alcancen a cubrir las dimensiones estirándolas hasta desmembrarlas.
Lo virtual como sustituto de la imposibilidad del encuentro real
Rápidamente, surgieron o se hicieron conocer masivamente las salas de reuniones (zoom, google meet, jet se, etc) además de que se incrementaron los usos de las redes sociales (whatsapp, facebook, instagram, twitter, etc). El espacio virtual amplió su capacidad para alojar las comunicaciones al aumentar la demanda de los usuarios. Asimismo, los Estados habiendo suspendido el derecho humano para poder circular libremente, que se encuentra íntimamente ligado a la posibilidad y derecho a comunicarnos y relacionarnos con otras personas, deberían garantizar el libre y gratuito acceso a internet.
Me pregunto, en este escenario, ¿quién es el dueño de casa? ¿Son los distintos Estados, es internet? ¿Cuál es nuestro hogar? La tecnología deja afuera varios aspectos que son imposibles de captar por medio de lo virtual. Para poder entrar en contacto virtual con otros van a quedar por fuera gran parte de la imagen, el movimiento, los olores… y el cuerpo todo. Todo el cuerpo material queda perdido. Las capacidades cognitivas y aspectos generacionales, también parecen formar parte de los requisitos para acceder a las nuevas tecnologías (por ejemplo muchas personas ancianas quedan afuera o las analfabetas, etc).
Si bien hay una mayor oferta comunicacional, uno se comunica menos, se relaciona menos, los encuentros suelen ser más fugaces y más superficiales. Lo privado se diluye en lo público…
Pero en realidad es lo virtual, la tecnología la intrusa en nuestras casas, en nuestras vidas. Ella se va haciendo ante todos los pretextos posibles (progresismo, etc.) aparentemente indispensables y si aceptamos dicha condición de imprescindibles estaremos aceptando nuestra propia esclavitud o sometimiento en nuestra propia casa.
¿Qué responsabilidad tenemos sobre los instrumentos que nosotros mismos desarrollamos? Aquí continúa presente esa idea cinematográfica de las tecnologías que se salen de control y se vuelven autónomas para destruir a la humanidad (Terminator, por ejemplo).
Hay algo de lo acelerado en lo virtual, en cuanto a la velocidad en que se transmite la comunicación y los efectos de los mensajes. Este contexto de pandemia y confinamiento se ha volcado gran parte de la experiencia comunicativa y de los lazos sociales necesaria u obligatoriamente a lo virtual a través de internet y las telecomunicaciones.
Es un nuevo escenario en el cual muchas personas estamos improvisando ya que no contamos con experiencias o vivencias personales previas para saber cómo manejarnos. Por eso, es una pregunta: de qué manera regular el uso o permiso del ingreso de las tecnologías de comunicación. Hasta qué punto hay alienación. Esto tiene que ver, nuevamente, con las leyes de la hospitalidad, que no se pueden dejar a merced de una ley absoluta e incondicional: alojar a toda costa y a pesar de todo, cueste lo que cueste. Esta contemplación o reflexión e implementación de regulaciones del uso de las tecnologías son las leyes que nosotros definamos, en cada caso, para el uso responsable y consciente de estas herramientas.
Aclaraciones finales: La hospitalidad humanista
Me siento obligado a escribir este último apartado por una sensación extraña que tengo. Me preguntaba si iba a dejarla que me interpele. Compartí el texto con un amigo quien me hizo unas observaciones, “resonancias”, le llamó él.
Lo que me resultaba extraño, extraigo de ese breve intercambio por Whats App, tiene que ver con el propósito de este texto: ¿cuáles son sus motivaciones? Di unas vueltas mentales, es decir, la dejé pasar, me dejé interrogar (al huésped se lo suele interrogar, como dije antes, pero él también nos cuestiona). Quiero estar prevenido, no quisiera caer en un mensaje del tipo ecologista: ¡hagámosle culto a la hospitalidad de la madre Tierra! Cosa que no estaría mal; no es algo que yo suela hacer, pero hay algo de cierto ahí en cuidar el espacio en donde vivimos porque si agotamos sus recursos naturales, si los destruimos o si propiciamos ámbitos para mutaciones o para el desarrollo de virus cada vez más específicos o bacterias más resistentes podríamos estar trazando un destino de mucho padecimiento y muerte.
Pero no es lo que buscaba exactamente, aunque puede ser una otra invitación para nuevas reflexiones y trabajos. Entonces, ¿qué motivaba esta escritura? O ¿de qué debería cuidarme en este “moldear” la hospitalidad? No le temo a la improvisación (es lo que estoy haciendo en esta parte). Tampoco quisiera quedar pegado a un discurso anticuarentena representado por un sector político que se opone al gobierno actual.
Otra cosa que no quisiera es que en nombre de invitar a la hospitalidad para analizar contextos se interprete que debamos cuidar nuestras casas, nuestros cuerpos, cada une por su cuenta con sus condiciones y posibilidades en una suerte de neoliberalismo que defiende los intereses y las libertades individuales, en una propuesta solapada que se traduce del famoso dicho “sálvese quien pueda”.
Bien sabemos que el coronavirus es democrático porque puede contagiar a cualquiera por igual pero también es clasista porque no afecta a todos por igual. No todos los seres humanos tenemos las mismas condiciones para afrontar esta situación. Por eso, quiero resaltar el aspecto de que la hospitalidad es con el otro. Se trata de un concepto humanista que propone un respeto por el otro, por la advenida del otro, el cuidado del otro y la participación conjunta con pensamientos y acciones que fomenten la igualdad de oportunidades y de sociedades más justas (cuando los sistemas actuales y preexistentes, a saber, el sistema capitalista y patriarcal, han producido en gran medida miserables, indignas, injustas y aberrantes realidades humanas).
Sobre el autor
Laurentz Federico Stefanini Andriessen
Nacido en Brasil el 5 de junio de 1981. Llega a establecerse en Argentina en 1987 porque sus xadres se mudaron al país. Padre de dos hijes, Frida y Caetano. Tiene una formación (académica e informal) en humanismo, trabajos sociales, comunitarios y clínicos (en sus aspectos psicológicos) que aplica y se retroalimenta con sus trabajos. A partir de su inicio en el mundo del trabajo hasta la fecha se dedicó a trabajar por ese deseo que lo habita que tiene que ver con causas de injusticias sociales. Actualmente, trabaja en un dispositivo territorial del Gobierno de la Ciudad para el abordaje asistencial y comunitario de los consumos problemáticos de sustancias psicoactivas en el CeSAC 24 de Villa Soldati y en Casa Pueblo, una casa de atención y acompañamiento comunitario con perspectiva de géneros financiado por Sedronar, también, en la misma zona de vulnerabilidad social. Pero también ha pasado por la experiencia laboral con otras minorías como lo son las personas con patologías mentales severas en el Hospital Infanto juvenil Carolina Tobar García y también con personas adultas de manera particular, con niños, niñas y adolescentes con problemáticas de consumos y, ahora, especialmente, con mujeres y disidencias en contexto de vulnerabilidad social. Se encuentra en su horizonte trabajar con los pueblos originarios y lxs extranjeros. Otro aspecto personal que pretende desarrollar con más fuerza es la potencialidad creativa y artística.